martes, 20 de septiembre de 2011

LA EDUCACION, LA FORMACION, LA VOCACION

Cuando era pequeña,  me gustaba reunir a todas mis muñecas (y tenía bastantes) y darles clase, las llamaba como a mis compañeras. En cada curso hacía una lista nueva y cada trimestre las evaluaba. Mi mejor regalo, una pizarra que me había hecho mi padre.
Las muñecas siempre tenían el mismo gesto, pero yo las enseñaba con auténtica pasión….lo que no tengo claro es que ellas aprendieran. Evidentemente años más tarde entendí que sólo nos educan y nos educamos si existe una enseñanza y un aprendizaje, una dialéctica fluida, viva, motivante y generadora. Bidireccional, o lo que es lo mismo, yo enseño pero hay alguien que aprende, enseñar no es suficiente. Sin el aprendizaje no existe ni la educación ni la formación.
No he sido una buena estudiante, me aburría muchas veces, no porque no me gustara el colegio, que me encantaba, si no porque no entendía siempre todo lo que me explicaban. Por eso uno de mis empeños con mis muñecas era explicar una y otra vez aquello que yo no entendía, hacía esquemas, resumía, ponía ejemplos…. La didáctica.
A lo largo de todos esos años de estudiante he tenido malos profesores, mediocres profesores y profesores brillantes, excelentes profesores. De los primeros me quedó claro, lo que nunca se debe hacer, de los segundos además de saber lo que era lo correcto aprendí muchísimo y me apasioné por enseñar y por aprender.
Ya a muy temprana edad, experimenté, que nada era difícil; sino que lo complicado, era dar con el método adecuado. Con la forma de enseñar adecuada, porque todos somos diferentes, venimos de familias con valores diferentes, de contextos culturales diferentes, maduramos a diferentes  ritmos. Somos únicos, ahí está la esencia del ser humano. Lo único genera lo diverso, la diversidad es la esencia de la humanidad, lo que enriquece a un pueblo y a una cultura.
Ahí radica la pasión de la enseñanza, en el descubrimiento. En la capacidad de  encontrar, de investigar, de luchar, de percibir cómo llegar al alumno. Cómo gestionar la diferencia en el aula.
La pasión por la educación me llevó hacia la pedagogía, hacia el mundo de la investigación y del descubrimiento. Hacia una vocación tan motivadora como frustrante. Motivadora por el privilegio de tratar con personas con un sorprendente y enriquecedor capital humano, frustrante al encontrarme con algunos  “profesionales” de la educación y de la formación que no son capaces de valorar ese capital humano.
 Pero para mi la frustración es el origen de nuevos descubrimientos, de nuevas perspectivas, de nuevas formas de enfocar las cosas. De nuevas formas de lucha.
La pedagogía es encontrar el espíritu de la enseñanza y del aprendizaje, el núcleo que define y regula al ser humano como entidad integradora. Ese núcleo formado por las emociones, por los conocimientos, por la experiencia, es el camino que nos dirige a la pedagogía, a la canalización de la enseñanza hacia la diversidad de aprendizajes.
La vocación es la que dirige el camino, y la pasión la que va allanando el terreno.
Ahora ya no doy clase a mis muñecas, ahora tengo el privilegio de compartir estrategias de enseñanza  con personas, con un núcleo diverso y enriquecedor. Con las que establezco una dialéctica. Ahora puedo hablar de un proceso de enseñanza y de aprendizaje. Yo tengo la responsabilidad de enseñar pero ellas deciden si quieren aprender, si va a haber dialéctica y se va a generar un proceso. Para mi eso es pedagogía, mi manera de transmitir esa enseñanza ha de ser por y para el que quiere aprender. Sus expectativas, su motivación, su capacidad de aprender dirigen mi capacidad de enseñar y así, yo también aprendo, es un fluir  constante, dinámico.
Así entiendo mi profesión, por eso, siento auténtica impotencia, cuando se adultera ese proceso de enseñanza -aprendizaje.
Un profesor, de la materia que sea, para serlo ha de tener una competencias pedagógicas:
Ser facilitador del aprendizaje.
Ser generador de conocimientos, de destrezas y de actitudes.
Ser humilde en el desarrollo de su profesión.
Tener la capacidad de adaptar su enseñanza a los ritmos de aprendizaje del que aprende.
Ver en la diferencia un reto y no un límite.
Aceptar la diversidad como enriquecedora y no como generadora de fronteras.
Dar y no esperar recibir.
La pedagogía ha de ser humilde porque siempre ha de estar al servicio del que aprende.
La pedagogía ha de ser facilitadora porque ha de adaptarse siempre al que aprende, a su esencia.
La pedagogía ha de ser creadora, porque en la búsqueda del aprendizaje ha de generar herramientas e instrumentos, recursos de los que servirse si no existieran, para favorecer al que quiere aprender.
La pedagogía es dar y no esperar recibir, porque el aprendizaje se mide en términos de resultados y no en cantidad de aciertos o de errores.
Y si esos resultados no son los esperados, habrá que seguir dando más conocimientos, más destrezas y más actitudes. Este es el sentido último de la enseñanza, un servicio dirigido al aprendizaje de los demás: a sus necesidades, a sus capacidades y a sus potencialidades.